Esta noche tuvo un momento duro y triste. Áspero, infortunado pero sobretodo muy humano. Y aunque su naturaleza no fuera todo lo mundana que cabría esperar de la expresión -algo, quizás, demasiado concreta y poco abstracta- era inequívocamente humana. Se dice que ocurre con los grandes maestros... aquellos que continúan enseñando cuando ya no están.
Es quizás más sencillo y práctico no tener ocasión de decir adiós a las personas que amamos, pero es inevitable. Es, por otra parte, muy humano pensar en que todavía nos están escuchando cuando ya ellos no están.
Hoy he tenido la sensación de hablar con incertidumbre por no saber si lo hacía sólo o alguien me oía. No es posible plasmar la impotencia y arrepentimiento que ello supone.
Si pudiera decir adiós a quienes no puedo, probablemente no lo haría. No podría renunciar a aquellos a los que quiero, que son pocos. No olvidéis decir siempre que queréis a alguien cuando así lo sintáis. No os comedáis de dar las gracias a aquellos que han sido amables, buenos y gratos con vosotros por reparos, vergüenzas o formas. Cuesta más hacerlo que decirlo, evidentemente.
Lo que más duele, son los alagos que no se han dicho, las cosas que no se han hecho.
Todo gira entorno a un mismo espejo en el que nos miramos y en el que, sin embargo, asumimos nuestra distorsión. La tomamos como una guía y no como un fiel reflejo, que desde luego nos gusta. Es muy grato por mi parte reconocer que tuve por ejemplo a una gran persona. Pero muy muy grande. Mucho más grande de lo que yo podré ser jamás. Mucho más.
Debo decirte que lo siento. Debo admitir que siento un gran pesar y que espero que me siga doliendo todos los días que resten en mi vida. Te quiero.
Hay que estar preparado para decir adiós. Sólo pensar en ello hace que a uno le falte el aire. Me has hecho un nudo en el estómago con tus palabras.
Respira hondo y sigue queriéndole. ;)
Por favor, que lo lea la persona a quien se lo escribes.
Y un beso para los dos.