Voy a explicaros una situación que he vivido esta mañana en un viaje que he realizado en autocar. Sí amigos, aunque no lo creáis, yo también viajo en transporte público porque pertenezco al pueblo llano, como M&M's, que viaja en AVE. Es maravillosa esa gente que se inmiscuye en las causas sociales y los problemas de la calle minimizando el factor de ser millonario. Me resultan tan veraces, tan honestos, tan altruistas...
Estaba yo sentado un asiento detrás (tal y como se muestra en la foto del prota) y me quedé observando a una pareja que me resultó peculiar. Ella era alta, demasiado para mis cánones de belleza femenina y, además de poco agraciada físicamente -en eso iban a la par-, destacaba por un pálido tono de piel que delataba una ingente cantidad de vello corporal cual transexual a medio hormonar.
Él era el típico fantoche que va de intelectual con sus cuatro canas laterales, una coleta ridícula y una barba descuidada que, lejos de parecer fashion, recordaba a la tez de un ansioso lampiño. Sus manos eran delgadas y finas, con unas uñas perfectamente cortadas y niveladas que parecían pertenecer a una mujer. Su polo -diría que de marca- era del mismo color que su pantalon corto de pescador: marrón suave. Tampoco faltaban esas chanclas que con tan poco reparo dejan al aire los dedos de los pies de cualquiera, con lo poco mostrables que resultan para casi todo el mundo.
Ambos estaban muy acaramelados pese haber dejado muy atrás ya su adolescencia y juntos reían con el sobreestruendo inconsciente del que se olvida de sus auriculares. Nada realmente divertido, tan sólo un antiguo capítulo de los manidos Friends (tipico de autocares...). Se abrazaban y se besaban constantemente, sin lascivia, pero con una insistencia poco común para las relaciones que se estilan a esas edades. Daban ganas de recordarles que el 40 aniversario del festival de Woodstock había sido cancelado por falta de fondos... por joder.
Hasta aquí nada más allá de una simple diferencia en lo que a gustos estéticos se refiere.
Lo curioso ha venido después, cuando el fantoche de marras se ha levantado para coger un periódico de los que se ofrecen a bordo. Su elección no fue nada sorprendente: El periódico de Catalunya. Supongo que cualquiera hubiera cesado ya su estudio sociológico pero mi portátil se había quedado sin batería y estaba ya mareado de tanto leer (4 periódicos y 1 revista de informática pardiez!) así que persistí en mi espontáneo estudio.
Estuve cronometrando mentalmente el tiempo que el susodicho empleaba en leer todas y cada una de las noticias que aparecían publicadas. Casi siempre el record lo ostentaban aquellas que tienen el dibujo o la foto más grande. Era divertido porque el tipo, como el que coge un periódico por primera vez, comentaba constantemente aquello que leía con su antiestética compañera. No importaba la trascendencia de la noticia, siquiera los parámetros del periódico. Su juicio sólo tenía ojos para noticias de poca monta como los manipulados datos sobre comparativas sobre violencia de genéro de marras (mero oportunismo ante la crisis de noticias habitual del verano), reportajes sobre destinos veraniegos atrayentemente peligrosos y un burdo concurso de fotografías de lectores han sido las páginas más vistas por el mangarrián y su adlátere... bueno, miento. Diría más bien más comentadas.
Me explico (y he aquí mi indignación). Pasados unos minutos de entregada -y apuesto que profunda- conversación entre la supuesta pareja, ella, exhausta por un viaje que se inició pronto, en un descuido de viajero cayó rendida sobre el regazo de su adoctrinado macho alfa (expresión que se ha puesto curiosamente de moda, por cierto). Él, habiendo zanjado ya su papel de conquistador intelectual (la supuesta baza de tantos y tantos feos), hizo algo que inevitablemente me recordó la falsedad y superficialismo insustancial que caracteriza a la mayoría de estos anticapitalistas: su fama de puteros no reconocidos.
El señorito, que había estado leyendo a brazos abiertos su fructífero periódico mientras su enamorada le admiraba, aprovechando el sueño de su adjunta y en un teatrillo innecesario y prontamente descuidado de pasar página, topó con la página más extensamente repasada de mi minutaje: los clasificados. Y lo que es peor: la sección de transexuales. Sí amigos, este aparente intelectual, este preocupado social, conversador y generoso doctrinante de la res pública, aprovecho la fugaz tregua que le confirió el sueño de su engañada para alimentar su deseosa vida sexual. Apuesto a que, dados los minutos empleados, sufrió hasta una erección. Lo curioso y vergonzante era la forma casi cerrada por completo con la que sostenía el periódico tan ridícula como el que se tapa la cara con un periódico agujereado para poder espiar sin levantar sospechas.
Le hice esa foto en aquel preciso momento, sin dar parte de nada a nadie. Pensé que de ese modo podría captar, aún con los escasos megapíxeles de un móvil casi vintage, la espontaneidad de una persona que cree estar haciendo algo sin que nadie le vea.
Estaba yo sentado un asiento detrás (tal y como se muestra en la foto del prota) y me quedé observando a una pareja que me resultó peculiar. Ella era alta, demasiado para mis cánones de belleza femenina y, además de poco agraciada físicamente -en eso iban a la par-, destacaba por un pálido tono de piel que delataba una ingente cantidad de vello corporal cual transexual a medio hormonar.
Él era el típico fantoche que va de intelectual con sus cuatro canas laterales, una coleta ridícula y una barba descuidada que, lejos de parecer fashion, recordaba a la tez de un ansioso lampiño. Sus manos eran delgadas y finas, con unas uñas perfectamente cortadas y niveladas que parecían pertenecer a una mujer. Su polo -diría que de marca- era del mismo color que su pantalon corto de pescador: marrón suave. Tampoco faltaban esas chanclas que con tan poco reparo dejan al aire los dedos de los pies de cualquiera, con lo poco mostrables que resultan para casi todo el mundo.
Ambos estaban muy acaramelados pese haber dejado muy atrás ya su adolescencia y juntos reían con el sobreestruendo inconsciente del que se olvida de sus auriculares. Nada realmente divertido, tan sólo un antiguo capítulo de los manidos Friends (tipico de autocares...). Se abrazaban y se besaban constantemente, sin lascivia, pero con una insistencia poco común para las relaciones que se estilan a esas edades. Daban ganas de recordarles que el 40 aniversario del festival de Woodstock había sido cancelado por falta de fondos... por joder.
Hasta aquí nada más allá de una simple diferencia en lo que a gustos estéticos se refiere.
Lo curioso ha venido después, cuando el fantoche de marras se ha levantado para coger un periódico de los que se ofrecen a bordo. Su elección no fue nada sorprendente: El periódico de Catalunya. Supongo que cualquiera hubiera cesado ya su estudio sociológico pero mi portátil se había quedado sin batería y estaba ya mareado de tanto leer (4 periódicos y 1 revista de informática pardiez!) así que persistí en mi espontáneo estudio.
Estuve cronometrando mentalmente el tiempo que el susodicho empleaba en leer todas y cada una de las noticias que aparecían publicadas. Casi siempre el record lo ostentaban aquellas que tienen el dibujo o la foto más grande. Era divertido porque el tipo, como el que coge un periódico por primera vez, comentaba constantemente aquello que leía con su antiestética compañera. No importaba la trascendencia de la noticia, siquiera los parámetros del periódico. Su juicio sólo tenía ojos para noticias de poca monta como los manipulados datos sobre comparativas sobre violencia de genéro de marras (mero oportunismo ante la crisis de noticias habitual del verano), reportajes sobre destinos veraniegos atrayentemente peligrosos y un burdo concurso de fotografías de lectores han sido las páginas más vistas por el mangarrián y su adlátere... bueno, miento. Diría más bien más comentadas.
Me explico (y he aquí mi indignación). Pasados unos minutos de entregada -y apuesto que profunda- conversación entre la supuesta pareja, ella, exhausta por un viaje que se inició pronto, en un descuido de viajero cayó rendida sobre el regazo de su adoctrinado macho alfa (expresión que se ha puesto curiosamente de moda, por cierto). Él, habiendo zanjado ya su papel de conquistador intelectual (la supuesta baza de tantos y tantos feos), hizo algo que inevitablemente me recordó la falsedad y superficialismo insustancial que caracteriza a la mayoría de estos anticapitalistas: su fama de puteros no reconocidos.
El señorito, que había estado leyendo a brazos abiertos su fructífero periódico mientras su enamorada le admiraba, aprovechando el sueño de su adjunta y en un teatrillo innecesario y prontamente descuidado de pasar página, topó con la página más extensamente repasada de mi minutaje: los clasificados. Y lo que es peor: la sección de transexuales. Sí amigos, este aparente intelectual, este preocupado social, conversador y generoso doctrinante de la res pública, aprovecho la fugaz tregua que le confirió el sueño de su engañada para alimentar su deseosa vida sexual. Apuesto a que, dados los minutos empleados, sufrió hasta una erección. Lo curioso y vergonzante era la forma casi cerrada por completo con la que sostenía el periódico tan ridícula como el que se tapa la cara con un periódico agujereado para poder espiar sin levantar sospechas.
Le hice esa foto en aquel preciso momento, sin dar parte de nada a nadie. Pensé que de ese modo podría captar, aún con los escasos megapíxeles de un móvil casi vintage, la espontaneidad de una persona que cree estar haciendo algo sin que nadie le vea.
Mi sucio aporte de la semana:
- Si uno fuerza a una prostituta a tener relaciones... es violación o hurto?
Depende de tu don de palabra, dclxvi.
Podría ser incluso persuasión, manipulación, convicción... ya depende de tu maña.